Carretera y manta en la Serranía de Ronda
” seguimos sin ver el potencia de recursos naturales que tenemos como nueva fuente de riqueza”.
Esa expresión, carretera y manta, es frecuente en los pueblos serranos cuando alguien se ve obligado a abandonar un lugar debido a circunstancias adversas o poco propicias a sus intenciones. Lo puede hacer de motu proprio u obedeciendo a quien le enseña el camino o la puerta de salida despidiéndole con cajas destempladas. Viene a cuento este introito porque en el pasado año alrededor de 600 personas dejaron atrás los lares familiares para probar fortuna en otras demarcaciones municipales. Pies para qué os quiero.
Con un desempleo pavoroso en la comarca– ronda ya las 9.000 personas – y una demanda de empleo que supera con creces esta cifra, la comarca se gana a pulso el sambenito de ser una de las más deprimidas del ancho solar andaluz. Paso a paso pero inexorablemente sus índices demográficos se desploman. Lo hacen en menor medida en Ronda ciudad pero empiezan a ser preocupantes en la Serranía.
Los indicadores de los pueblos de la Serranía de Ronda asustan. Las pirámides de edad de todos y cada uno de ellos mantienen constantes idénticas. La base, que recoge los nacimientos y el crecimiento de la población infantil pierde referentes todos los años, y en cambio, la cúspide que habla de la población anciana aumenta implacablemente. Los entrantes de la pirámide que hablan de la población joven, madura y activa acusan la despoblación incesante. Se abandonan los pueblos: Núcleos rurales se despueblan a ojos vista y se camina hacia la postergación de la Serranía, merced al abandono de sistemas de vida seculares y la pérdida de recursos económicos tradicionales – en franco declive la ganadería y el sector agrícola – a lo que hay que sumar la ausencia de inversiones por parte de las administraciones públicas.
Ante estas sombrías perspectivas se impone la migración. “ Se es de donde se come”, es un dicho que los serranos adoptan como verdad irrefutable. Los proverbios pueden llamarse la “filosofía del pueblo”. Así que recogen sus bártulos y se busca el lugar propicio para subsistir. Los países centro europeos ya no son la solución, como lo fueron en los años 60 del pasado siglo. Ahora se exige personal altamente cualificado y escasa o nula mano de obra, que es lo que los pueblos serranos pueden aportar: hay que ingeniárselas para encontrar el lugar adecuado, que desde luego ya no lo para muchos el que los vio nacer.
Si nos paramos a pensar veremos que los líderes políticos hacen caso omiso de los pueblos pequeños. No ven en ellos un granero de votos. Tienden su mirada interesada en las ciudades o en los pueblos populosos que son los que les pueden aupar al poder. En esta tesitura el medio rural no puede sino resentirse y se asoma peligrosamente al abandono de sus habitantes.
Pero con ser preocupante la despoblación – fallecen los más viejos, nacen menos niños, los jóvenes buscan nuevos horizontes de vida – y con ella los recursos económicos de antaño, lo es también en buena medida la desaparición de las costumbres ancestrales: Se rompen los vínculos porque falla la transmisión de antiguas generaciones a las nuevas con lo que eso conlleva de pérdida del recuerdo del pasado, y se volatiza al mismo tiempo el acervo cultural mantenido durante siglos.
Las instituciones no deberían pasar por alto este problema. Porque como sentenció Victor Hugo “No existen pueblos pequeños. La grandeza de un pueblo no se mide por el número de sus habitantes, como no se mide por la estatura la grandeza de un hombre”. De ahí que no hay que perder de vista su dignidad, muchas veces menospreciada cuando se le niega lo más básico para la supervivencia. Me vienen ahora también a la mente los versos del poeta Baldomero Fernández, evocando la torre de la i tu recglesia de su pueblo: “ La torre, madre, más alta / es la torre de aquel pueblo / la torre de aquella iglesia/ hunde su cruz en el cielo/ Dime, madre, ¿hay otra torre/ más alta en el mundo entero? / Esa torre sólo es alta/ hijo mío, en tu recuerdo”.
Fuente: Sur